En este capítulo del libro “El retrato español, del Greco a Picasso”, Nigel Glendinning nos muestra como ha sido la evolución del retrato español en el siglo XVIII, centrándose más en la obra de Francisco de Goya.
El texto comienza con la producción del retrato. Empieza por analizar la variedad del soporte donde se realiza la pintura, según el autor el soporte y la medida son elementos fundamentales a la hora de la realización de un retrato. Estos elementos influyen en su difusión, dado que cuanto más grande sea el retrato significará que está más orientado a que sea expuesto a un público, sin embargo, cuando encontramos retratos de menor tamaño tendremos que pensar que este ha sido realizado como un obra para la intimidad del propietario. Los adornos, los trajes de trabajo, y demás objetos que den una información relevante de la posición social del individuo, de su nivel cultural y de su trabajo, son algo muy común en los retratos de esta época. Después de esto se habla del retrato grupal, el individual y el autorretrato. Es en este punto último, el autorretrato, donde muestra más interés el autor, analizando la figura de Goya y la de Velázquez en obras como “Las Meninas” y “La Familia de Carlos IV”. Según el autor el artista se representaba en estas grandes obras maestras para dar a conocer su posición social, su relevancia en el mundo artístico-cultural y su relación con personas importantes como la reyes. Pero siempre guardando la debida distancia.
Tras analizar el autorretrato, el autor comienza un nuevo tema de análisis que ha dado en la historia mucho que hablar y es el de las personalidades que deben o no ser inmortalizadas en un retrato. Según artistas como Francisco de Holanda que solo los príncipes, emperadores y los hombres notables en ciencias, letras, artes y batallas podrían poseer el galardón de ser retratados y no cualquier persona. El tema de las amistades retratadas por amigos que eran artistas también tenía que justificarse. Un pintor no podía pintar a su antojo a sus amigos por el mero hecho de serlo, tenía que tener tras de sí una justificación. Este es el caso de Bartolomé Esteban Murillo, que representaba a sus amistades pero les pintaba motivos que de alguna manera justificasen esa pintura. Es ya en el siglo XVIII cuando esas normas del retrato comienzan a desaparecer y se realizan retratos a todo tipo de personas, además las clases medias empiezan a tener inquietudes acerca de la representación en cuadros y comienzan a tener deseos de ser inmortalizados. Los costes de los retratos eran bastante grandes en comparación con los sueldos de, por ejemplo, un criado o un jornalero, por ello la adquisición de retratos les era bastante complicada. Con las nuevas fórmulas y métodos de realización del retrato se empieza a producir una “democratización”, empiezan a tener costes menores, se inventan artilugios que abaratan la realización y los artistas escriben ofertas en los diarios de las ciudades.
La marquesa de Villafranca. Fco de Goya y Lucientes. Museo Nacional del Prado.
El tema de la idealización del retratado es algo muy importante en este tipo de obras. Muchos artistas se revelaran contra esta idealización, un ejemplo es Francisco de Goya, que lo rechaza y en sus obras deja ver la más explícita realidad, además de realizar un auténtico retrato psicológico del personaje. Se citan algunos métodos de idealización como el de la peluca, esta se le pintaba a los retratados para ocultarles defectos y para así darle aires de la alta alcurnia. Todo esto será muy criticado por Goya, incluso en uno de sus caprichos “Ni más ni menos” muestra su clara visión al respecto. Aunque es también partícipe en algunas ocasiones de la llamada idealización, lo vemos en retratos como el del Conde de Floridablanca, ministro de Carlos III. Además de la idealización, que se ve por ejemplo en que hace más alta la figura del ministro además de reducirle las mejillas, se ve en este retrato un fuerte simbolismo. El retrato de Carlos III de fondo, los planos del canal de Aragón encima de la mesa, y la presencia de Francisco Sabatini también detrás de él, que era director comandante de obras hidráulicas, son algunos de los grandes simbolismos del retrato. Otros grandes retratos con mucha idealización y simbolismo son por ejemplo el retrato del joven Carlos III y los de Felipe V e Isabel de Farnesio. El retrato del ministro Jovellanos también posee un gran simbolismo. Vemos de fondo el mar y un puerto, esto puede simbolizar el lugar de nacimiento de Jovellanos, que nació en Oviedo, o también sus proyectos de mejora de los puertos. Togado, con la orden de Carlos III, peluca, con libros y proyectos escritos encima del escritorio, todo tiene un significado y un por qué. En esta época también empiezan a abundar los motivos populares y tradicionales en los retratos de la nobleza, un ejemplo es lo obra de Mengs de “La Marquesa de Llano” donde aparece ataviada con un delantal manchego y con una máscara de disfraz de la época. En la obra de Goya también se ve este tinte popular que ahora está de moda entre la nobleza, en los cuadros de la reina María Luisa de Parma vestida de Maja y de igual manera la duquesa de Alba.
Por último se trata el hecho del comienzo de un nuevo género, el retrato sin efigie. Se trataba de un cuadro meticulosamente detallado que documentaba las experiencias y pasiones de un individuo, su vida y su carrera. Sin reproducir su cara ni su cuerpo. Este género se suele hacer como homenaje a un amigo o conocido, con la intención de definirle. Podemos destacar dentro de este nuevo género el que se le realizó a Francisco Antonio de Lacy. En este trampantojo de Francisco Antonio de Lacy se ven objetos como un libro de oraciones, una estampa religiosa, una pluma y demás objetos que tratan de definir su persona. Para terminar el autor habla de la obra de Michel Van Loo, fundador de la Real Academia de las Artes de San Fernando, y sus retratos colectivos a la familia del rey Felipe V.
FIRD.
HÉCTOR LINARES GONZÁLEZ.
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